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El título de este artículo nos sugiere mucho, especialmente en el mes de noviembre, mes que anuncia la cercanía del fin del año en curso. Y tal vez por asociación de hechos, también nos invita a recordar a nuestros seres queridos ya difuntos. Ellos ya experimentaron el fin a su vida terrena.

Antes de entrar en el tema de fondo sobre la riqueza contenida en tantos recuerdos propios del mes de noviembre, me referiré a una costumbre arraigada poco a poco y ahora tan metida en la intimidad del día a día de los hogares. Es la costumbre de tener mascotas y la cercanía de la relación con ellas. La profundidad de esa huella en la vida humana es sorprendente pero real.

Los productos para sostener a las mascotas imitan con una fuerza muy grande a los productos necesarios para los seres humanos. Y vemos con mucha frecuencia que pensar en ayudar a personas en situación de calle o con otras carencias, las personas casi ya no se lo plantean porque todos sus recursos se destinan a satisfacer a los animales que son su compañía.

Desde luego este fenómeno es notorio y ya hay una variedad de productos en el mercado para atender necesidades, todas ellas imitan las propias de las personas. Y así encontré en los medios los anuncios sobre distintos tipos de entierros para mascotas. Porque también los propietarios de las mascotas gastan en esos recursos para compensar su pena.

En las culturas paganas sí encontramos antecedentes de entierros de animales, pero esto sucedía cuando moría una persona que tuvo especial cercanía con algún animal, lo sacrificaban para enterrarlo con su amo.

Las personas, a diferencia de los animales, sí se entierran porque vuelven a la tierra, de donde procede el cuerpo humano. Lo sabemos porque así es el relato del primer hombre: Adán. Dios tomó barro de la tierra y lo formó, luego con un soplo le infundió el alma y tuvo vida. En la muerte el alma se separa del cuerpo y enterrar es volver el cuerpo a la tierra de la que proviene.

El cristianismo nos completa los motivos del entierro. Los cuerpos resucitarán al final del tiempo y se unirán a su respectiva alma para ser juzgados por Dios según sus obras y recibir lo que merecen: el premio de ir al cielo si hicieron el bien, o el castigo de no ir al cielo si actuaron mal. Esta es la razón de tratar el cuerpo humano de un difunto con esa dignidad.

Además, el cristianismo propuso los entierros en “campos santos” o cementerios, terrenos bendecidos y dedicados a los difuntos. Es piadoso ir a rezar a sus tumbas en el aniversario de la muerte, o el día dos de noviembre en que se conmemoran a los fieles difuntos o en cualquier otra fecha.

Sabemos que el Papa León XIV este año visitará el ‘Cementerio del Verano’ en Roma, celebrará la misa, el 2 de noviembre por la tarde, al día siguiente habrá otra misa en la Basílica de San Pedro, por los cardenales y obispos fallecidos durante el año. Y al día siguiente, el Santo Padre presidirá una Eucaristía en sufragio del difunto papa Francisco y de los cardenales y obispos fallecidos durante el año en la capilla papal de la Basílica de San Pedro a las 11 de la mañana.

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