Desde el punto de vista psicológico, la alegría supone un sentimiento en el que lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don (ya sea una cosa, un ser, un acontecimiento). En la alegría descubrimos el sentimiento de felicidad, si somos sinceros.
Existen dos clases de alegría:
- La externa: fisiológica y el sentimiento de jovialidad, que es pasajero: diversión, placer momentáneo. Se presenta: con risa, extraversión, dinamismo físico, etc.
- Y profunda: espiritual, apoyada más en el tono vital, que abarca toda la personalidad. Se manifiesta en la sonrisa, paz interior y serenidad. Esta alegría profunda penetra toda la vida anímica y muestra una particular dirección de todo el horizonte objetivo de nuestra existencia, dando nueva luz, a nuestros pensamientos y nuestra voluntad.
- La naturaleza de esta alegría profunda es sobrenatural. La alegría es fruto del Espíritu Santo (Gal 5, 22). La alegría proviene de la unión con Dios y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial.
- La alegría se hace más serena y profunda conforme hacemos la voluntad del Señor.
Manifestaciones: La alegría es fruto del alma que está en gracia de Dios. Gracia, que no está unida a circunstancias favorables o adversas. “Estad siempre alegres”, incluso a la hora de la muerte. Serenos, objetivos y sinceros en todos los actos de la vida. Esto es fruto de la caridad.
Si pretendemos permanecer alegres –ser felices-, con buen humor, tratemos de comprender a los demás, cuidando a las personas como quisiéramos que los demás nos tratasen. “No quieras para otro lo que no quieras para ti”.
La alegría se alcanza viviendo la sinceridad. Seamos salvajemente sinceros. La sinceridad busca agradar a Dios.
Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor. En igualdad de condiciones, sale siempre ganando quien toma las cosas con alegría, optimismo, buen humor y es siempre sincero.


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