Es frecuente escuchar a un grupo de personas que al hablar de otras conocidas las califican de “buena onda”. Y de ese modo se abre la puerta para relacionarse con ellas. Confiamos en la expresión, y si se trata de contratar a esa persona en un trabajo, lo hacemos sin darle más vueltas, o si se trata de un joven que corteja a alguna hija se tranquiliza la familia.
Conviene detenernos en esa expresión que efectivamente nos asegura que las personas, todas, tienen mucho de bueno, especialmente cuando el ambiente donde se desarrollan es ordenado y no han sufrido presiones que las hayan descaminado.
Tampoco somos totalmente perfectas, hay defectos. Pero la realidad es que, en circunstancias normales, en donde predomina el bien, hay sentido de responsabilidad para sacar adelante los propios deberes, o cuando alguien está en apuros buscamos el modo de ayudar, aunque no sea una persona cercana. Reaccionamos porque nos duelen esas preocupaciones.
Otro aspecto interesante es que al realizar esas ayudas inesperadas para las que tampoco esperamos retribución, la solidaridad se agranda y colaboramos con personas que no pensamos volver a ver o hacemos promoción con desconocidos y ellos se animan a seguir nuestro ejemplo.
Todo esto merece un poco de reflexión pues de otro modo dejamos pasar aspectos más profundos y ricos que tenemos en lo hondo de nuestra existencia. Son experiencias reales y todos hemos sido protagonistas, o testigos. O beneficiados con esas maneras de proceder. Nuestra respuesta inmediata es la de rectificar si estábamos pesimistas en nuestros juicios. Aunque hay maldad, hay mucha más bondad.
Eso nos remite a dos propósitos. El primero más práctico es proponernos sacar los mejor de los demás en la vida ordinaria, todos lo tenemos. Buscar el momento oportuno y los consejos más adecuados para sacar a las personas de su confort.
El otro propósito es ser más reflexivos y pensar con frecuencia que nadie da lo que no tiene, y la bondad que sale de las personas la recibimos de nuestro Creador. Esto nos lleva a venerar y agradecer lo que nos ha dado, pero más venerarlo y agradecerle a Él. Y esto a la vez produce una gran paz y esperanza.
Además, al ver nuestras muestras de agradecimiento, hace que Dios nuestro Creador multiplique los dones que nos ha dado.
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